24.3.04

Diários de Motocicleta




Em 29 de dezembro de 1951, saindo de Córdoba, na Argentina, Che Guevara e seu amigo Alberto Granado começaram sua viagem pela América Latina em cima de uma moto. A verdade é que a moto pifou logo de início e eles tiveram de seguir a pé ou de carona, mas mesmo assim a aventura só se concluiria em 26 de julho de 1952. Os diários dessa viagem iniciática dos dois jovens amigos, que na época não sabiam nem onde ficava Machu Picchu, serviriam de base para o filme de Walter Salles Jr., "Diários de Motocicleta", cinquenta anos depois, com roteiro de José Rivera. Em 2002, durante as filmagens, Alberto Granado concedeu esta entrevista a Jacqueline Otey, aqui reproduzida na íntegra e no idioma original.


—¿Con qué criterio decidieron la ruta?

—El de la improvisación. Pero sin duda que había lugares que no podíamos dejar de conocer como los lagos del sur de Chile, Chuquicamata y las salitreras que era lo que más conocíamos de la exportación latinoamericana, así como el Lago Titicaca y el Amazonas. Creo que fui el gran responsable de esta aventura, porque además puse el presupuesto para hacerla. Yo me había graduado de bioquímico, pero en Argentina tenía una farmacia que me permitió ahorrar durante mucho tiempo para concretar el proyecto que venía soñando desde los 13 años.

—¿Cómo describiría a su compañero de viaje?

—Como un hombre de una cultura impresionante para un joven de 23 años, tenaz, pero además, muy sarcástico. Siempre lo debía defender porque no era un tipo fácil de llevar... tenía mucho de cordovés. Aunque también destacaba por su sensibilidad. Recuerdo que durante el viaje celebramos su cumpleaños —junio de 1952— en el leprosario de San Pablo dio un discurso latinoamericanista que me sorprendió. En él, hizo una síntesis del viaje, que llevaba seis meses, y de lo que él había sentido durante ese tiempo. Así me fui dando cuenta de quien tenía a mi lado. Después de eso en uno de mis diarios de viaje escribí: “Ernesto es mucho Ernesto”, lo que quiere decir que no estaba conciente del gran tipo que tenía de compañero de viaje. Curiosamente, mientras estuvimos juntos nunca leímos el diario del otro. Yo recién leí el de él 30 años después de su muerte. Hoy frente a esas interpretaciones del mundo pienso que Ernesto era un adelantado.

—¿Por qué hacer el viaje en una moto y no en un jeep?

—El auto aleja un poco de la realidad y nosotros no queríamos perdernos nada, por eso elegimos una motocicleta. Pero llegó un momento que hasta ella nos estorbaba, ya que en esa época era un objeto de atracción y a nosotros no nos gustaba generar expectación cada vez que entrábamos a un pueblo.

—¿Qué le impresionó al leer los diarios de viaje de su amigo?

—La opinión que tenía de mí. Recuerdo algo que escribió en relación a un hecho ocurrido en Caracas. Después de un ataque de asma muy fuerte que sufrió y que pude controlar, tuve que dejarlo solo: tenía una cita para un posible puesto de investigador en un leprosario. En mi ausencia, él escribió: “me desperté mejor, pero Alberto salió, es como si tuviera un flanco desguarnecido. Es que él y yo pensamos tan parecidos que se hace difícil la vida cuando no está”. Con Ernesto éramos cómplices y teníamos un gran sentido de resistencia que es una de las grandes cualidades de la revolución cubana. Por eso y aunque sentía su cariño, nunca imaginé que se había preocupado de escribir tales sentimientos.

—¿Cuándo deciden separarse?

— El 26 de julio de 1952 en Caracas. Al comenzar el viaje uno de mis compromisos era con la madre de Ernesto. A ella la prometí que su hijo llegaría a tiempo para graduarse de médico y así fue. Por mi parte, decidí quedarme trabajando de bioquímico en el laboratorio de un pueblo cercano a la capital venezolana. Lo que me gustó era que ese lugar se ubicaba muy cerca de un leprosario y en ese ámbito me desempeñaba bien. Al despedirnos, con Ernesto habíamos quedado en que, al término de su carrera, íbamos a barajar la idea de seguir juntos como investigadores o decidirnos a vagabundear un rato más por el mundo. Pero cuando él por fin se gradúa hay cambio de planes. Al entrar en contacto con exiliados argentinos, que partían a la revolución nacionalista de Guatemala, decide acompañarlos. Me manda una nota donde me indica que no lo espere, que parte hacia un lugar que le parece más interesante que ganar plata. Le contestó que lo piense porque en Caracas hay más 2 mil leprosos esperando su atención. Quizás para mi era más fácil pensar en el futuro porque mis únicos objetivos eran ser investigador y viajero. En cambio, Ernesto era multifacético. Le gustaba la arqueología, la guerrilla y, dentro de la medicina quería especializarse en alergias.

—¿Por qué le atraía tanto trabajar en leprosarios?

—Por muchas razones, pero la más importante fue que quería ser un investigador y la lepra era una de las pocas enfermedades que no tenía vacuna. De hecho, el año 1948, tres años antes del viaje comencé a trabajar las técnicas para separar las proteínas de la sangre en los leprosos. Eso me motivaba mucho, sobre todo, al ver que nadie quisiera trabajar a un lugar como ese.

—Mientras usted permanecía en Venezuela, ¿qué estaba pasando en la vida de su amigo?

—Me escribía desde México donde me contaba que estaba bien, pero tardó un poco en contarme que había conocido a Fidel Castro. Y eso sucedió porque era un peligro decir algo como eso en una carta. Sólo me insistía que fuera a verlo. Yo le decía; “¿A qué voy a ir para allá”. El me contestaba: “a sacar fotos”. Yo no entendía nada. Pero un día al ver en un periódico una noticia simplemente quedé helado. La nota de prensa señalaba que un médico argentino había muerto al desembarcar en Cuba y en la foto era él quien aparecía. Después de eso, llamé inmediatamente a su madre la que me aseguró que no era cierto.

—¿Es cierto que el Che arrasaba con las mujeres?

—Sí, y la verdad es que no sé que le veían al tipo (ríe). No, lo cierto es que era muy buenmozo. Siempre he pensado que la diversidad de intereses que tenía Erenesto como estudiar, escribir, conocer el mundo lo hacían un hombre muy atractivo frente a las mujeres... que tampoco eran una meta. En todo caso, le gustaban las mujeres inteligentes. A las chilenas las encontraba muy libres de pensamiento.

—¿En qué momento decide seguirlo a Cuba?

—El año 1958 me encontraba inserto en el mecanismo mercantilista de Caracas, era dueño de un laboratorio y había empezado a ganar dinero como cualquier “burguesito suave”. Pero cuando en enero de 1959 Fidel va a Venezuela, comienzo a pensar en la idea de visitar a mi amigo en Cuba y de paso, presentarle a la familia. Me había casado y tenía dos hijos. Al llegar a La Habana el 26 de julio de 1960 y luego de escuchar hablar a Fidel me enamoré de su discurso. Al tiempo, y después de intercambiar algunas cartas con el Pelao volví para quedarme, pero nunca me hice cubano, porque hasta hoy creo que “si para morir por Cuba hay que ser cubano yo me hago cubano, pero si para morir por Cuba y la revolución puedo pelear igual siendo argentino... ¿para qué voy a cambiar?”. Cuando llegué a Cuba había 3 mil 500 médicos. Hoy existen más de 60 mil y yo formo parte de ese conglomerado que luchó por el desarrollo de la salud del país. Durante los primeros ocho años trabajé como profesor en la escuela de medicina de Santiago de Cuba. Soy bioquímico, pero siempre fui profesor de médicos.

—¿Qué destacaría dentro del proceso de desarrollo médico que experimentó Cuba?

—Una de las grandes revoluciones que hubo en Cuba fue la incorporación de la mujer en la medicina. Por mucho tiempo la parte reaccionaria del país se oponía a que la mujer estudiara medicina o genética por considerarla una carrera de hombres. Hoy, el 70 % de la fuerza especializada lo conforman mujeres. Esa apertura se debió a que además de marxistas somos un pueblo martiano. Martí pensaba que sin la incorporación de la mujer en la lucha ninguna revolución es completa.

—¿Cómo fue su vida en Cuba junto a Ernesto Guevara?

—De lo único que me arrepiento fue de no haberlo disfrutado más. Siempre recuerdo que el me buscaba más a mí que yo a él. Y eso se debía a que él era ministro y yo pensaba que tenía muchísimo trabajo. En todo caso, cada vez que iba a La Habana lo llamaba, pero si lo encontraba cansado prefería que nos viéramos en otra oportunidad. Hoy eso me pesa.

—¿Cuáles eran los códigos de amistad entre ustedes?

—Hablar del futuro y la esgrima verbal. Los dos éramos muy irónicos. Nos encantaba retarnos a duelo.

—¿Por qué no lo lo acompañó a la guerrilla?

—Porque sé para lo que sirvo. En ese aspecto, siempre nuestros puntos de vista tomaban diferentes caminos. Ernesto creía únicamente que a través que de la toma de las armas —no sólo del poder — se podían solucionar los conflictos. Por el contrario, yo no creía que para que existiera una verdadera revolución tenían que haber 30 mil muertos. Pero él también sabía para lo que yo servía. Por eso cuando se despide para irse a Bolivia me dice: “ Te espero gitano sedentario para cuando el olor a pólvora amaine”. Pero si hubiera habido un Bolivia liberado habría estado trabajando a su lado en lo que yo sabía.

—¿De qué manera le afectó la muerte del Che Guevara?

—Casi me muero cuando lo asesinaron. Pero después la vida me dijo que tenía que salir adelante. Y eso ocurrió al comprender que Ernesto murió impoluto, limpio, que todo lo que hizo lo realizó bastante bien y los errores que cometió los pagó con la vida.

—¿Cuáles fueron esos errores?

—Para mí el mayor error que cometió fue haber dejado que Reyes Dedrai, que estaba en su campamento, saliera y le dejara el camino abierto a los ranchos. Uno de los grandes defectos de Ernesto era que cuando se encontraba con un cobarde o mentiroso perdía su capacidad intelectual. Se ponía tan bruto como ellos.

—¿Qué imagen aún recuerda de su amigo ?

—La del día en que se despidió de mí para irse a Bolivia. En ese momento me dijo: “Mira Alberto, de los defectos que tengo de pequeño burgués hay dos que no me puedo quitar. Uno es tratar de viajar a toda costa y el otro darme unos buenos tragos. Vos sabés petiso, que a mí nunca me interesó el trago, pero en cuanto a viajar, si no es con una metralleta tampoco me parece atractiva la vida”. A veces sueño con él y creo que es una forma de decirme, “nunca te olvidaré”.