31.3.04
Glauber Rocha
Qual é o sentido da coerência?
Dizem que é prudente observar a história
sem sofrer
Até que um dia pela coincidência
As massas tomem o poder...
Ando nas ruas e vejo o povo fraco, abatido
Este povo não pode acreditar em nenhum
partido
Este povo cuja tristeza apodreceu o sangue
precisa da morte
mais do que se pode supor
O sangue que em seu irmão estimula a dor
O sentimento do nada que faz nascer o amor
A morte enquanto fé e não como temor.
-- monólogo de Paulo, em Terra em Transe, de Glauber Rocha
29.3.04
Poema do Fecho éclair
Filipe II tinha um colar de oiro
tinha um colar de oiro com pedras
rubis.
Cingia a cintura com cinto de coiro,
com fivela de oiro,
olho de perdiz.
Comia num prato
de prata lavrada
girafa trufada,
rissóis de serpente.
O copo era um gomo
que em flor desabrocha,
de cristal de rocha
do mais transparente.
Andava nas salas
forradas de Arrás,
com panos por cima,
pela frente e por trás.
Tapetes flamengos,
combates de galos,
alões e podengos,
falcões e cavalos.
Dormia na cama
de prata maciça
com dossel de lhama
de franja roliça.
Na mesa do canto
vermelho damasco
a tíbia de um santo
guardada num frasco.
Foi dono da terra,
foi senhor do mundo,
nada lhe faltava,
Filipe Segundo.
Tinha oiro e prata,
pedras nunca vistas,
safira, topázios,
rubis, ametistas.
Tinha tudo, tudo
sem peso nem conta,
bragas de veludo,
peliças de lontra.
Um homem tão grande
tem tudo o que quer.
O que ele não tinha
era um fecho éclair.
António Gedeão
Filipe II tinha um colar de oiro
tinha um colar de oiro com pedras
rubis.
Cingia a cintura com cinto de coiro,
com fivela de oiro,
olho de perdiz.
Comia num prato
de prata lavrada
girafa trufada,
rissóis de serpente.
O copo era um gomo
que em flor desabrocha,
de cristal de rocha
do mais transparente.
Andava nas salas
forradas de Arrás,
com panos por cima,
pela frente e por trás.
Tapetes flamengos,
combates de galos,
alões e podengos,
falcões e cavalos.
Dormia na cama
de prata maciça
com dossel de lhama
de franja roliça.
Na mesa do canto
vermelho damasco
a tíbia de um santo
guardada num frasco.
Foi dono da terra,
foi senhor do mundo,
nada lhe faltava,
Filipe Segundo.
Tinha oiro e prata,
pedras nunca vistas,
safira, topázios,
rubis, ametistas.
Tinha tudo, tudo
sem peso nem conta,
bragas de veludo,
peliças de lontra.
Um homem tão grande
tem tudo o que quer.
O que ele não tinha
era um fecho éclair.
António Gedeão
24.3.04
Diários de Motocicleta
Em 29 de dezembro de 1951, saindo de Córdoba, na Argentina, Che Guevara e seu amigo Alberto Granado começaram sua viagem pela América Latina em cima de uma moto. A verdade é que a moto pifou logo de início e eles tiveram de seguir a pé ou de carona, mas mesmo assim a aventura só se concluiria em 26 de julho de 1952. Os diários dessa viagem iniciática dos dois jovens amigos, que na época não sabiam nem onde ficava Machu Picchu, serviriam de base para o filme de Walter Salles Jr., "Diários de Motocicleta", cinquenta anos depois, com roteiro de José Rivera. Em 2002, durante as filmagens, Alberto Granado concedeu esta entrevista a Jacqueline Otey, aqui reproduzida na íntegra e no idioma original.
—¿Con qué criterio decidieron la ruta?
—El de la improvisación. Pero sin duda que había lugares que no podíamos dejar de conocer como los lagos del sur de Chile, Chuquicamata y las salitreras que era lo que más conocíamos de la exportación latinoamericana, así como el Lago Titicaca y el Amazonas. Creo que fui el gran responsable de esta aventura, porque además puse el presupuesto para hacerla. Yo me había graduado de bioquímico, pero en Argentina tenía una farmacia que me permitió ahorrar durante mucho tiempo para concretar el proyecto que venía soñando desde los 13 años.
—¿Cómo describiría a su compañero de viaje?
—Como un hombre de una cultura impresionante para un joven de 23 años, tenaz, pero además, muy sarcástico. Siempre lo debía defender porque no era un tipo fácil de llevar... tenía mucho de cordovés. Aunque también destacaba por su sensibilidad. Recuerdo que durante el viaje celebramos su cumpleaños —junio de 1952— en el leprosario de San Pablo dio un discurso latinoamericanista que me sorprendió. En él, hizo una síntesis del viaje, que llevaba seis meses, y de lo que él había sentido durante ese tiempo. Así me fui dando cuenta de quien tenía a mi lado. Después de eso en uno de mis diarios de viaje escribí: “Ernesto es mucho Ernesto”, lo que quiere decir que no estaba conciente del gran tipo que tenía de compañero de viaje. Curiosamente, mientras estuvimos juntos nunca leímos el diario del otro. Yo recién leí el de él 30 años después de su muerte. Hoy frente a esas interpretaciones del mundo pienso que Ernesto era un adelantado.
—¿Por qué hacer el viaje en una moto y no en un jeep?
—El auto aleja un poco de la realidad y nosotros no queríamos perdernos nada, por eso elegimos una motocicleta. Pero llegó un momento que hasta ella nos estorbaba, ya que en esa época era un objeto de atracción y a nosotros no nos gustaba generar expectación cada vez que entrábamos a un pueblo.
—¿Qué le impresionó al leer los diarios de viaje de su amigo?
—La opinión que tenía de mí. Recuerdo algo que escribió en relación a un hecho ocurrido en Caracas. Después de un ataque de asma muy fuerte que sufrió y que pude controlar, tuve que dejarlo solo: tenía una cita para un posible puesto de investigador en un leprosario. En mi ausencia, él escribió: “me desperté mejor, pero Alberto salió, es como si tuviera un flanco desguarnecido. Es que él y yo pensamos tan parecidos que se hace difícil la vida cuando no está”. Con Ernesto éramos cómplices y teníamos un gran sentido de resistencia que es una de las grandes cualidades de la revolución cubana. Por eso y aunque sentía su cariño, nunca imaginé que se había preocupado de escribir tales sentimientos.
—¿Cuándo deciden separarse?
— El 26 de julio de 1952 en Caracas. Al comenzar el viaje uno de mis compromisos era con la madre de Ernesto. A ella la prometí que su hijo llegaría a tiempo para graduarse de médico y así fue. Por mi parte, decidí quedarme trabajando de bioquímico en el laboratorio de un pueblo cercano a la capital venezolana. Lo que me gustó era que ese lugar se ubicaba muy cerca de un leprosario y en ese ámbito me desempeñaba bien. Al despedirnos, con Ernesto habíamos quedado en que, al término de su carrera, íbamos a barajar la idea de seguir juntos como investigadores o decidirnos a vagabundear un rato más por el mundo. Pero cuando él por fin se gradúa hay cambio de planes. Al entrar en contacto con exiliados argentinos, que partían a la revolución nacionalista de Guatemala, decide acompañarlos. Me manda una nota donde me indica que no lo espere, que parte hacia un lugar que le parece más interesante que ganar plata. Le contestó que lo piense porque en Caracas hay más 2 mil leprosos esperando su atención. Quizás para mi era más fácil pensar en el futuro porque mis únicos objetivos eran ser investigador y viajero. En cambio, Ernesto era multifacético. Le gustaba la arqueología, la guerrilla y, dentro de la medicina quería especializarse en alergias.
—¿Por qué le atraía tanto trabajar en leprosarios?
—Por muchas razones, pero la más importante fue que quería ser un investigador y la lepra era una de las pocas enfermedades que no tenía vacuna. De hecho, el año 1948, tres años antes del viaje comencé a trabajar las técnicas para separar las proteínas de la sangre en los leprosos. Eso me motivaba mucho, sobre todo, al ver que nadie quisiera trabajar a un lugar como ese.
—Mientras usted permanecía en Venezuela, ¿qué estaba pasando en la vida de su amigo?
—Me escribía desde México donde me contaba que estaba bien, pero tardó un poco en contarme que había conocido a Fidel Castro. Y eso sucedió porque era un peligro decir algo como eso en una carta. Sólo me insistía que fuera a verlo. Yo le decía; “¿A qué voy a ir para allá”. El me contestaba: “a sacar fotos”. Yo no entendía nada. Pero un día al ver en un periódico una noticia simplemente quedé helado. La nota de prensa señalaba que un médico argentino había muerto al desembarcar en Cuba y en la foto era él quien aparecía. Después de eso, llamé inmediatamente a su madre la que me aseguró que no era cierto.
—¿Es cierto que el Che arrasaba con las mujeres?
—Sí, y la verdad es que no sé que le veían al tipo (ríe). No, lo cierto es que era muy buenmozo. Siempre he pensado que la diversidad de intereses que tenía Erenesto como estudiar, escribir, conocer el mundo lo hacían un hombre muy atractivo frente a las mujeres... que tampoco eran una meta. En todo caso, le gustaban las mujeres inteligentes. A las chilenas las encontraba muy libres de pensamiento.
—¿En qué momento decide seguirlo a Cuba?
—El año 1958 me encontraba inserto en el mecanismo mercantilista de Caracas, era dueño de un laboratorio y había empezado a ganar dinero como cualquier “burguesito suave”. Pero cuando en enero de 1959 Fidel va a Venezuela, comienzo a pensar en la idea de visitar a mi amigo en Cuba y de paso, presentarle a la familia. Me había casado y tenía dos hijos. Al llegar a La Habana el 26 de julio de 1960 y luego de escuchar hablar a Fidel me enamoré de su discurso. Al tiempo, y después de intercambiar algunas cartas con el Pelao volví para quedarme, pero nunca me hice cubano, porque hasta hoy creo que “si para morir por Cuba hay que ser cubano yo me hago cubano, pero si para morir por Cuba y la revolución puedo pelear igual siendo argentino... ¿para qué voy a cambiar?”. Cuando llegué a Cuba había 3 mil 500 médicos. Hoy existen más de 60 mil y yo formo parte de ese conglomerado que luchó por el desarrollo de la salud del país. Durante los primeros ocho años trabajé como profesor en la escuela de medicina de Santiago de Cuba. Soy bioquímico, pero siempre fui profesor de médicos.
—¿Qué destacaría dentro del proceso de desarrollo médico que experimentó Cuba?
—Una de las grandes revoluciones que hubo en Cuba fue la incorporación de la mujer en la medicina. Por mucho tiempo la parte reaccionaria del país se oponía a que la mujer estudiara medicina o genética por considerarla una carrera de hombres. Hoy, el 70 % de la fuerza especializada lo conforman mujeres. Esa apertura se debió a que además de marxistas somos un pueblo martiano. Martí pensaba que sin la incorporación de la mujer en la lucha ninguna revolución es completa.
—¿Cómo fue su vida en Cuba junto a Ernesto Guevara?
—De lo único que me arrepiento fue de no haberlo disfrutado más. Siempre recuerdo que el me buscaba más a mí que yo a él. Y eso se debía a que él era ministro y yo pensaba que tenía muchísimo trabajo. En todo caso, cada vez que iba a La Habana lo llamaba, pero si lo encontraba cansado prefería que nos viéramos en otra oportunidad. Hoy eso me pesa.
—¿Cuáles eran los códigos de amistad entre ustedes?
—Hablar del futuro y la esgrima verbal. Los dos éramos muy irónicos. Nos encantaba retarnos a duelo.
—¿Por qué no lo lo acompañó a la guerrilla?
—Porque sé para lo que sirvo. En ese aspecto, siempre nuestros puntos de vista tomaban diferentes caminos. Ernesto creía únicamente que a través que de la toma de las armas —no sólo del poder — se podían solucionar los conflictos. Por el contrario, yo no creía que para que existiera una verdadera revolución tenían que haber 30 mil muertos. Pero él también sabía para lo que yo servía. Por eso cuando se despide para irse a Bolivia me dice: “ Te espero gitano sedentario para cuando el olor a pólvora amaine”. Pero si hubiera habido un Bolivia liberado habría estado trabajando a su lado en lo que yo sabía.
—¿De qué manera le afectó la muerte del Che Guevara?
—Casi me muero cuando lo asesinaron. Pero después la vida me dijo que tenía que salir adelante. Y eso ocurrió al comprender que Ernesto murió impoluto, limpio, que todo lo que hizo lo realizó bastante bien y los errores que cometió los pagó con la vida.
—¿Cuáles fueron esos errores?
—Para mí el mayor error que cometió fue haber dejado que Reyes Dedrai, que estaba en su campamento, saliera y le dejara el camino abierto a los ranchos. Uno de los grandes defectos de Ernesto era que cuando se encontraba con un cobarde o mentiroso perdía su capacidad intelectual. Se ponía tan bruto como ellos.
—¿Qué imagen aún recuerda de su amigo ?
—La del día en que se despidió de mí para irse a Bolivia. En ese momento me dijo: “Mira Alberto, de los defectos que tengo de pequeño burgués hay dos que no me puedo quitar. Uno es tratar de viajar a toda costa y el otro darme unos buenos tragos. Vos sabés petiso, que a mí nunca me interesó el trago, pero en cuanto a viajar, si no es con una metralleta tampoco me parece atractiva la vida”. A veces sueño con él y creo que es una forma de decirme, “nunca te olvidaré”.
Noutro século
a mulher e seu retrato na imprensa:
Embriagada pelo luxo, offuscada pelas joias, estonteada pela febre dos novos rythmos, foi nesta vertigem que Eva antiga perdeu a percepção primeira e o melhor de sua feminilidade... Deixou, com prazer, que a thesoura da moda lhe fosse despoticamente aparando, um a um, os gommos de suas saias amplas que, escondendo-lhe as formas, a cercavam do encanto do pudor e do mysterio. Deformou-se; despojou-se... Encurtou as saias, desnudou os braços e, atando ao pescoço o lenço vermelho do "s'en fichisme", trocou o minuete da galanteria pelo tango apache. A Natureza nas suas fontes puras começou a repugnar-lhe. Adoptou a agua mineral para sua dyspepsia e o estuque plastico para sua anemia, fatigada de insomnia. Com as côres varias da anilina reduziu sua belleza antiga a uma paisagem de tons artificiaes, sobre a qual elevou a architectura de multiplos andares de seus postiços. Tornou-se uma deliciosa boneca, um bibelot extravagante, uma linda flôr de estufa...mas deixou de ser mulher!... Aqueles deliciosos typos de mulher que realizavam sua felicidade inteira na carinhosa sujeição ao seu amor, na doce escravidão de seu affecto. (Cláudio de Souza, Revista Feminina, 1918)
a mulher e os perigos do cinema:
[No cinema] explora-se o escandalo, a futillidade, o amor illegítimo, todas as jaças com que a miseria da carne pollúe a creação divina. Insinua-se a malicia e a experteza malandra; derrama-se no coração ingenuo das esposas fieis o vitriolo do descontentamento, seduzindo-lhes o espirito fraco com a falsa belleza de inverosimeis heroes... Nem só o beijo, o abraço, o gesto lascivo são offerecidos para sobremesa no prato doirado de paisagens maravilhosas a donzellas... que aquillo deviam ignorar. [O cinema] vae mais longe: Apresenta o vicio em todo seu inveridico esplendor, desde os vestibulos sumptuosos de palacios encantados, até a intimidade dos toucadores e das alcovas. (Ana Rita Malheiros, Revista Feminina, 1918)
lar e arredores:
A nossa capital [São Paulo], a despeito dos seus fóros de civilisação, ainda está muito atrazada em materia de mobiliario. Salvo rarissimas excepções, o interior das casas mais ricas caracterisa-se pelo máo gosto... Nós ainda não temos a cultura necessaria para impor um gosto ou um estylo. Temos, pois, de contentar-nos com adoptar os estylos exoticos, importando a mobilia extrangeira, ou fabricando a nossa de accordo com aquelles estylos. Esses estylos são-nos fornecidos pela França, são o Luiz XV, o Luiz XIV, Imperio, e outros; mas todos elles ou quasí todos são sumptuosos. Essa sumptuosidade, é bem de ver, torna-se chocante até, pelo contraste que lhe offerece o ambiente em que ela se vem exhibir. Mas o gosto, ou, melhor, o bom gosto, não reside apenas no luxo. O mobiliario inglez, por exemplo, não tem esse aspecto de sumptuosidade que nós perfeitamente dispensamos... Elle realiza a conjuncção do gosto perfeito com o perfeito conforto... É o que ha de mais hygienico, dando tambem ao ambiente um aspecto de frescura encantadora. (Revista Feminina, março de 1918)
o primeiro partido comunista do Brasil:
Nós, comunistas libertários, não concebemos o comunismo senão como forma social tendente a aumentar o bem-estar e a liberdade individual; e, por isso, somos inimigos irreconciliáveis do coletivismo ou do socialismo de Estado que, tendendo à destruição dos privilégios capitalistas, criam inevitavelmente os privilégios burocratas. (Partido Comunista do Brasil, ideal revolucionário publicado em A Plebe, junho de 1919)
as Letras e a Academia:
Em 1912, pela primeira vez, surge um candidato à Academia Brasileira de Letras que não tinha escrito um único livro. Era Lauro Müller. Para que pudesse ser eleito, publicou em Paris um volume com seus discursos. Usou papel grosso e mesmo assim o resultado foi apenas um folheto. Entretanto, com apoio de um setor da velha guarda, Lauro Müller entrou para o rol dos "imortais". Revoltado, José Veríssimo [um dos fundadores da Academia] renunciou ao cargo de secretário-geral da Academia e definiu seu rompimento com os imortais numa frase: "Deixemos que a Academia se faça à imagem da sociedade a que pertence." (Nosso Século, 1980)
23.3.04
Ibn Ammar
O leitor Manolo Piriz, vasculhando os seus guardados, encontrou e me enviou um poema luso-árabe de Ibn Ammar - Abú Bakr Mubammad ibn 'Ammar (1031 – 1084), dedicado a Al Mutamid, rei mouro de Sevilha e também um grande poeta do século XI, época que deu ricos contornos à poesia ibérica. Valeu, Manolo.
Mais uma rodada, copeiro,
Que já se ergue a aragem da manhã
E a estrela de alva
Desviou a rota da noite viajeira.
A alvorada trouxe-nos brancura de cânfora
Assim que a noite reclamou seu negro âmbar
O jardim parece uma donzela vestida com a túnica
Bordada a flores e adornada com pérolas de orvalho
Ou então, jovem ruborizado de pudor
De rosas, alentado com a sombra do mirto.
E esse jardim,
Onde o rio lembra branca mão
Pousada sobre um tecido verde,
Mostra-se agitado pela brisa:
Dir-se-ia, meu rei,
A tua espada desbaratando exércitos.
Meu Senhor!
Verde brilhante são os favores da tua mão
Quando os céus se turvam de cinzento.
Teu dom é sempre generoso:
Se virgens dás têm seios opulentos
Se cavalos são de nobre raça
Se alfanges têm pedras preciosas.
Meu Rei!
Quando os demais reis se dessedentam
Esperam que ergas primeiro a tua taça.
És mais refrescante para os corações
Que o orvalho que se vai formando gota a gota
E mais agradável para os olhos
Que o doce peso do sono.
Faz faiscar a chispa da tua glória
Que não deixa nunca o fragor da lide
Senão para se abeirar do lume
Que mandaste acender para os teus hóspedes.
Rei,
Esplêndido no talhe e no espírito,
Como o jardim, belo de perto ou à distância.
Quando a teu lado me é servido
O rio celestial que mana do teu ser
É bem certo que estou no Paraíso.
Fizeste pender da tua lança
As cabeças dos reis teus inimigos
Só porque o ramo agrada
Na impaciência da flor?
Tingiste a tua cota com sangue de heróis
Só porque a formosa se enfeita de vermelho?
A espada, se a tua mão lhe serve de tribuna,
Dá lugar a súplicas mais eloquentes
Que as do melhor dos oradores quando prega.
Este poema é para ti,
Como um jardim que a brisa visitou
Sobre o qual repousou o orvalho da noite
Até que o ataviou de flores.
Do teu nome fiz-lhe uma veste de ouro.
Com o teu louvor derramei o melhor almíscar.
Quem me suplantará? Se o teu apoio é sândalo
Eu o queimei no fogo do meu génio
Quando as brasas estavam ainda a arder.
O orgulho no amor - temei-o - é a sua vergonha
Mas o prazer - aproveitai-o - é o seu ardor.
Não peças à paixão que te dê domínio
Prefere ser escravo, nas suas mãos é que tu és livre!
Vós me dissesses: O amor prejudicou-te.
Eu respondi: Quem dera me tivesse feito mal
É que meu coração escolheu doença para o corpo
Como forma própria de o adornar.
Deixai-o, pois, fazer a sua escolha
E não me critiqueis por estar emagrecido:
Não está a excelência de uma adaga
Precisamente na finura do seu gume?
Troçastes porque me deixou minha amada?
Quanto fim do mês oculta o crescente que vai vir!
Julgais que o fogo do esquecimento me consolará
Ou que um profundo sono chegará depois?
Mas ó coração, guerreiro da dor, se não sofresses mais
Como te acudiria o socorro das lágrimas?
Mais uma rodada, copeiro,
Que já se ergue a aragem da manhã
E a estrela de alva
Desviou a rota da noite viajeira.
A alvorada trouxe-nos brancura de cânfora
Assim que a noite reclamou seu negro âmbar
O jardim parece uma donzela vestida com a túnica
Bordada a flores e adornada com pérolas de orvalho
Ou então, jovem ruborizado de pudor
De rosas, alentado com a sombra do mirto.
E esse jardim,
Onde o rio lembra branca mão
Pousada sobre um tecido verde,
Mostra-se agitado pela brisa:
Dir-se-ia, meu rei,
A tua espada desbaratando exércitos.
Meu Senhor!
Verde brilhante são os favores da tua mão
Quando os céus se turvam de cinzento.
Teu dom é sempre generoso:
Se virgens dás têm seios opulentos
Se cavalos são de nobre raça
Se alfanges têm pedras preciosas.
Meu Rei!
Quando os demais reis se dessedentam
Esperam que ergas primeiro a tua taça.
És mais refrescante para os corações
Que o orvalho que se vai formando gota a gota
E mais agradável para os olhos
Que o doce peso do sono.
Faz faiscar a chispa da tua glória
Que não deixa nunca o fragor da lide
Senão para se abeirar do lume
Que mandaste acender para os teus hóspedes.
Rei,
Esplêndido no talhe e no espírito,
Como o jardim, belo de perto ou à distância.
Quando a teu lado me é servido
O rio celestial que mana do teu ser
É bem certo que estou no Paraíso.
Fizeste pender da tua lança
As cabeças dos reis teus inimigos
Só porque o ramo agrada
Na impaciência da flor?
Tingiste a tua cota com sangue de heróis
Só porque a formosa se enfeita de vermelho?
A espada, se a tua mão lhe serve de tribuna,
Dá lugar a súplicas mais eloquentes
Que as do melhor dos oradores quando prega.
Este poema é para ti,
Como um jardim que a brisa visitou
Sobre o qual repousou o orvalho da noite
Até que o ataviou de flores.
Do teu nome fiz-lhe uma veste de ouro.
Com o teu louvor derramei o melhor almíscar.
Quem me suplantará? Se o teu apoio é sândalo
Eu o queimei no fogo do meu génio
Quando as brasas estavam ainda a arder.
O orgulho no amor - temei-o - é a sua vergonha
Mas o prazer - aproveitai-o - é o seu ardor.
Não peças à paixão que te dê domínio
Prefere ser escravo, nas suas mãos é que tu és livre!
Vós me dissesses: O amor prejudicou-te.
Eu respondi: Quem dera me tivesse feito mal
É que meu coração escolheu doença para o corpo
Como forma própria de o adornar.
Deixai-o, pois, fazer a sua escolha
E não me critiqueis por estar emagrecido:
Não está a excelência de uma adaga
Precisamente na finura do seu gume?
Troçastes porque me deixou minha amada?
Quanto fim do mês oculta o crescente que vai vir!
Julgais que o fogo do esquecimento me consolará
Ou que um profundo sono chegará depois?
Mas ó coração, guerreiro da dor, se não sofresses mais
Como te acudiria o socorro das lágrimas?
20.3.04
Nuno Júdice - Gosto das mulheres que envelhecem
Gosto das
mulheres que envelhecem,
com a pressa das suas rugas, os cabelos
caídos pelos ombros negros do vestido,
o olhar que se perde na tristeza
dos reposteiros. Essas mulheres sentam-se
nos cantos das salas, olham para fora,
para o átrio que não vejo, de onde estou,
embora adivinhe aí a presença de
outras mulheres, sentadas em bancos
de madeira, folheando revistas
baratas. As mulheres que envelhecem
sentem que as olho, que admiro os seus gestos
lentos, que amo o trabalho subterrâneo
do tempo nos seus seios. Por isso esperam
que o dia corra nesta sala sem luz,
evitam sair para a rua, e dizem baixo,
por vezes, essa elegia que só os seus lábios
podem cantar.
19.3.04
"Era em Roma. Uma noite a lua ia bela como vai ela no verão por aquele céu morno, o fresco das águas se exalava como um suspiro do leito do Tibre. A noite ia bela. Eu passeava a sós pela ponte de... As luzes se apagaram uma por uma nos palácios, as ruas se faziam ermas, e a lua de sonolenta se escondia no leito de nuvens. Uma sombra de mulher apareceu numa janela solitária e escura. Era uma forma branca. — A face daquela mulher era como a de uma estátua pálida à lua. Pelas faces dela, como gotas de uma taça caída, rolavam fios de lágrimas.
Eu me encostei na aresta de um palácio. A visão desapareceu no escuro da janela... e daí um canto se derramava. Não era só uma voz melodiosa: havia naquele cantar um como choro de frenesi, um como gemer de insânia: aquela voz era sombria como a do vento à noite nos cemitérios cantando a nênia das flores murchas da morte.
Depois o canto calou-se. A mulher apareceu na porta. Parecia espreitar se havia alguém nas ruas. Não viu a ninguém: saiu. Eu segui-a.
A noite ia cada vez mais alta: a lua sumira-se no céu, e a chuva caía a gotas pesadas: apenas eu sentia nas faces caírem-me grossas lágrimas de água, como sobre um túmulo prantos de órfão.
Andamos longo tempo pelo labirinto das ruas: enfim ela parou: estávamos num campo. Aqui, ali, além eram cruzes que se erguiam de entre o ervaçal. Ela ajoelhou-se. Parecia soluçar: em torno dela passavam as aves da noite.
Não sei se adormeci: sei apenas que quando amanheceu achei-me a sós no cemitério. Contudo a criatura pálida não fora uma ilusão: as urzes, as cicutas do campo-santo estavam quebradas junto a uma cruz.
O frio da noite, aquele sono dormido à chuva, causaram-me uma febre. No meu delírio passava e repassava aquela brancura de mulher, gemiam aqueles soluços e todo aquele devaneio se perdia num canto suavíssimo...
Um ano depois voltei a Roma. Nos beijos das mulheres nada me saciava: no sono da saciedade me vinha aquela visão...
Uma noite, e após uma orgia, eu deixara dormida no leito dela a condessa Bárbara. Dei um último olhar àquela forma nua e adormecida com a febre nas faces e a lascívia nos lábios úmidos, gemendo ainda nos sonhos como na agonia voluptuosa do amor. Saí. Não sei se a noite era límpida ou negra; sei apenas que a cabeça me escaldava de embriaguez. As taças tinham ficado vazias na mesa: nos lábios daquela criatura eu bebera até a última gota o vinho do deleite...
Quando dei acordo de mim estava num lugar escuro: as estrelas passavam seus raios brancos entre as vidraças de um templo. As luzes de quatro círios batiam num caixão entreaberto. Abri-o: era o de uma moça. Aquele branco da mortalha, as grinaldas da morte na fronte dela, naquela tez lívida e embaçada, o vidrento dos olhos mal apertados... Era uma defunta! ... e aqueles traços todos me lembraram uma idéia perdida. . — Era o anjo do cemitério? Cerrei as portas da igreja, que, ignoro por que, eu achara abertas. Tomei o cadáver nos meus braços para fora do caixão. Pesava como chumbo...
(...) Foi uma idéia singular a que eu tive. Tomei-a no colo. Preguei-lhe mil beijos nos lábios. Ela era bela assim: rasguei-lhe o sudário, despi-lhe o véu e a capela como o noivo as despe a noiva. Era mesmo uma estátua: tão branca era ela. A luz dos tocheiros dava-lhe aquela palidez de âmbar que lustra os mármores antigos. O gozo foi fervoroso — cevei em perdição aquela vigília. A madrugada passava já frouxa nas janelas. Àquele calor de meu peito, à febre de meus lábios, à convulsão de meu amor, a donzela pálida parecia reanimar-se. Súbito abriu os olhos empanados. Luz sombria alumiou-os como a de uma estrela entre névoa, apertou-me em seus braços, um suspiro ondeou-lhe nos beiços azulados... Não era já a morte: era um desmaio. No aperto daquele abraço havia contudo alguma coisa de horrível. O leito de lájea onde eu passara uma hora de embriaguez me resfriava. Pude a custo soltar-me daquele aperto do peito dela... Nesse instante ela acordou…"
Álvares de Azevedo, em Noite na Taverna
Eu me encostei na aresta de um palácio. A visão desapareceu no escuro da janela... e daí um canto se derramava. Não era só uma voz melodiosa: havia naquele cantar um como choro de frenesi, um como gemer de insânia: aquela voz era sombria como a do vento à noite nos cemitérios cantando a nênia das flores murchas da morte.
Depois o canto calou-se. A mulher apareceu na porta. Parecia espreitar se havia alguém nas ruas. Não viu a ninguém: saiu. Eu segui-a.
A noite ia cada vez mais alta: a lua sumira-se no céu, e a chuva caía a gotas pesadas: apenas eu sentia nas faces caírem-me grossas lágrimas de água, como sobre um túmulo prantos de órfão.
Andamos longo tempo pelo labirinto das ruas: enfim ela parou: estávamos num campo. Aqui, ali, além eram cruzes que se erguiam de entre o ervaçal. Ela ajoelhou-se. Parecia soluçar: em torno dela passavam as aves da noite.
Não sei se adormeci: sei apenas que quando amanheceu achei-me a sós no cemitério. Contudo a criatura pálida não fora uma ilusão: as urzes, as cicutas do campo-santo estavam quebradas junto a uma cruz.
O frio da noite, aquele sono dormido à chuva, causaram-me uma febre. No meu delírio passava e repassava aquela brancura de mulher, gemiam aqueles soluços e todo aquele devaneio se perdia num canto suavíssimo...
Um ano depois voltei a Roma. Nos beijos das mulheres nada me saciava: no sono da saciedade me vinha aquela visão...
Uma noite, e após uma orgia, eu deixara dormida no leito dela a condessa Bárbara. Dei um último olhar àquela forma nua e adormecida com a febre nas faces e a lascívia nos lábios úmidos, gemendo ainda nos sonhos como na agonia voluptuosa do amor. Saí. Não sei se a noite era límpida ou negra; sei apenas que a cabeça me escaldava de embriaguez. As taças tinham ficado vazias na mesa: nos lábios daquela criatura eu bebera até a última gota o vinho do deleite...
Quando dei acordo de mim estava num lugar escuro: as estrelas passavam seus raios brancos entre as vidraças de um templo. As luzes de quatro círios batiam num caixão entreaberto. Abri-o: era o de uma moça. Aquele branco da mortalha, as grinaldas da morte na fronte dela, naquela tez lívida e embaçada, o vidrento dos olhos mal apertados... Era uma defunta! ... e aqueles traços todos me lembraram uma idéia perdida. . — Era o anjo do cemitério? Cerrei as portas da igreja, que, ignoro por que, eu achara abertas. Tomei o cadáver nos meus braços para fora do caixão. Pesava como chumbo...
(...) Foi uma idéia singular a que eu tive. Tomei-a no colo. Preguei-lhe mil beijos nos lábios. Ela era bela assim: rasguei-lhe o sudário, despi-lhe o véu e a capela como o noivo as despe a noiva. Era mesmo uma estátua: tão branca era ela. A luz dos tocheiros dava-lhe aquela palidez de âmbar que lustra os mármores antigos. O gozo foi fervoroso — cevei em perdição aquela vigília. A madrugada passava já frouxa nas janelas. Àquele calor de meu peito, à febre de meus lábios, à convulsão de meu amor, a donzela pálida parecia reanimar-se. Súbito abriu os olhos empanados. Luz sombria alumiou-os como a de uma estrela entre névoa, apertou-me em seus braços, um suspiro ondeou-lhe nos beiços azulados... Não era já a morte: era um desmaio. No aperto daquele abraço havia contudo alguma coisa de horrível. O leito de lájea onde eu passara uma hora de embriaguez me resfriava. Pude a custo soltar-me daquele aperto do peito dela... Nesse instante ela acordou…"
Álvares de Azevedo, em Noite na Taverna
17.3.04
Lima Barreto
Não foram só estas duas cartas que me trouxeram novas excelentes da Bruzundanga. Muitas outras me chegaram às mãos; a mais curiosa, porém, é a que me narra a nomeação de um papagaio para um cargo público, feita pelo poder executivo, sem que houvesse lei regular que a permitisse.
Um ministro de lá muito jeitoso, que andava fabricando em vida, ele mesmo, as peças de sua estátua, julgou que fazendo uma tal nomeação... tinha já em bronze o baixo-relevo do monumento futuro à sua glória. Consultou um dos seus empregados que estudava leis e a interpretação delas em Bugâncio, sabia a casuística jesuítica, além de conhecer as sutilezas da Escolástica, a ponto de ser capaz de provar com a mesma solidez a tese e a antítese, desde que os interessados em uma e na outra o retribuíssem bem.
Dizia a lei fundamental da Bruzundanga:
"Todos os cargos públicos são acessíveis aos bruzundanguenses, mediante as provas de capacidade que a lei exigir".
O exegeta ministerial, depois de verificar que o papagaio tinha nascido na Bruzundanga, e era, portanto, bruzundanguense, concluiu, muito logicamente, que ele podia e lhe assistia todo o direito de ser provido em um cargo público de seu país. Argumentou mais com Augusto Comte que incorporava à Humanidade certos animais; com o "artemismo", crença de determinados povos primitivos que se julgam descendentes ou parentes de tal ou qual animal, para mostrar que o anelo íntimo dos homens é elevar esses seus semelhantes e companheiros de sofrimentos na terra. Emancipá-los. A Arte, dizia ele, foi sempre por eles. Citava as esculturas assírias, egípcias, gregas, góticas que, embora idealizados ou estilizados, denunciavam um culto pelos animais que, injustamente, chamamos inferiores. Na arte escrita, para demonstrar o que o sábio consultor vinha asseverando, lembrava La Fontaine, com as suas fábulas, e modernamente, Jules Renard, com as suas interessantes "Histoires Naturelles". Nas modernas artes plásticas, nem se falava, continuava ele. A representação artística de animais, por meio delas, já constituía uma especialidade.
Foi por aí...
E, de resto, dizia ele quase no fim, quem não se lembra do papagaio de Robinson Crusoé? Devemos, portanto, exalçar o papagaio, que é um animal que fala, rematou afinal.
O ministro gostou muito do parecer; julgou dispensável pedir uma lei ao corpo legislativo que, na Bruzundanga, é composto de duas câmaras: a dos vulgares e dos doutores; não julgou também necessário avisar os outros papagaios da sua resolução para que concorressem e nomeou o do seu amigo Fagundes...
E foi assim, segundo me conta a missiva que recebi, que um "louro" bem-falante foi nomeado arauto d'armas da Secretaria de Estado de Mesuras e Salamaleques da República dos Estados Unidos da Bruzundanga.
Lima Barreto, em Os bruzundangas
15.3.04
II, 62
Tu depilas o peito, as pernas e os braços,
à volta do caralho cortas o pêlo curto,
para agradar, Labieno (quem o ignora?), a tua amante.
Mas a quem queres tu agradar, Labieno, ao depilar o cu?
IX, 27
Apesar, ó Cresto, de teres colhões depilados,
um caralho que parece um pescoço de abutre,
uma cabeça mais lisa que cu de prostituta,
de não teres nas pernas o mais ligeiro pêlo,
de sempre aos lábios brancos aplicares a pinça,
falas constantemente em Cúrios e Camilos,
em Quíncios, Numas e Ancos, esses heróis cabeludos
de que os livros estão cheios, e com palavras duras
lanças ameaças e investes com teatros e modas!
Mas se acaso te surge à frente algum panasca
recém-saído das mãos do pedagogo,
cujo pênis já inchado o técnico soltou
logo o chamas e o levas, e … Quase tenho vergonha, ó Cresto,
de dizer o que faz essa língua de Catão!
Marcial, o "Boca de Roma", séc. I d.C.
Tu depilas o peito, as pernas e os braços,
à volta do caralho cortas o pêlo curto,
para agradar, Labieno (quem o ignora?), a tua amante.
Mas a quem queres tu agradar, Labieno, ao depilar o cu?
IX, 27
Apesar, ó Cresto, de teres colhões depilados,
um caralho que parece um pescoço de abutre,
uma cabeça mais lisa que cu de prostituta,
de não teres nas pernas o mais ligeiro pêlo,
de sempre aos lábios brancos aplicares a pinça,
falas constantemente em Cúrios e Camilos,
em Quíncios, Numas e Ancos, esses heróis cabeludos
de que os livros estão cheios, e com palavras duras
lanças ameaças e investes com teatros e modas!
Mas se acaso te surge à frente algum panasca
recém-saído das mãos do pedagogo,
cujo pênis já inchado o técnico soltou
logo o chamas e o levas, e … Quase tenho vergonha, ó Cresto,
de dizer o que faz essa língua de Catão!
Marcial, o "Boca de Roma", séc. I d.C.
13.3.04
A má reputação do plágio
O termo plagium era usado na antiga Roma e significava o furto de pessoas livres, que eram vendidas ou simplesmente utilizadas como escravas. Alguém que roubava um escravo era conhecido como plagiarius. Segundo o historiador inglês Peter Burke, o poeta Marcial aplicou o termo aos escritores que imitavam seu trabalho. Hoje plágio significa apropriação, total ou parcial, de obras alheias. Quando se fala em plágio, vem logo à mente a apropriação indébita de ideias e textos literários. É o furto literário. Mas o termo abrange todas as áreas da criatividade: música, teatro, literatura, ciências, cinema...
Na Antiguidade, antes da invenção da imprensa, o conhecimento era repassado pela tradição oral, de sorte que a propriedade das ideias era coletiva. Com a imprensa gutenberguiana passou-se a reproduzir centenas ou milhares de cópias idênticas de um texto e houve uma valorização do trabalho intelectual individual. Já na época de Gutenberg, alguns livros eram impressos com a imagem do autor para reforçar a autoria da obra.
Mas a preocupação com a propriedade das ideias só aparece com a criação da Lei dos Direitos Autorais, em 1710, na Inglaterra. Normatizar esta matéria faz parte da preocupação de todos os países civilizados do mundo contemporâneo. É uma proteção à criação artística, literária, científica, tecnológica etc. para evitar a pirataria e a violentação dos direitos autorais. Curiosamente, no mundo da informática, particularmente na internet, começa a ser restaurada uma espécie de propriedade coletiva das ideias. É o desafio do legislador contemporâneo. Na opinião de Burke, os computadores tornam o furto intelectual mais fácil do que antes, pois basta copiar alguma coisa e "colá-la" ao seu próprio texto.
Às vezes, o desempenho do plagiário é melhor que o do plagiado. É uma espécie de plágio necessário. Para Nodier "o plágio de um bom escritor em detrimento de um mau escritor é uma espécie de crime que as leis da república literária autorizam, porque essa sociedade dele tira a vantagem de gozar algumas belezas que permaneceriam enterradas em um autor desconhecido, se um grande homem não tivesse se dignado a vesti-las".
Michel Schneider, no livro Ladrões de palavras (Editora da Unicamp, 1990), cita o crítico inglês Malone, apelidado Minutius, que contou minuciosamente os plágios de Shakespeare. Em 6.043 versos, 1.771 foram escritos por algum autor anterior, 2.373 foram refeitos e, do resto, 1.899 pertencem a Shakespeare. Figuram, entre os plagiados, autores como Robert Greene, Marlowe e Lodge, Peele. Mesmo a peça Hamlet teria sido inspirada em uma obra menor de autor desconhecido. A capacidade de plagiário valeu a Shakespeare o apelido de John Factótum.
Não se deve esquecer o fenômeno da criptomnésia – o esquecimento inconsciente ou a influência involuntária das fontes. No plágio incivilizado, o caráter do empréstimo é consciente e a omissão das fontes é voluntária. Existe dolo, porque o plagiário sabe que o que faz não se deve fazer. O gênio (caso de Shakespeare) se distingue do simples plagiário, porque neste os empréstimos são evidentes.
Há o plagiário mal-intencionado, que "psicografa" textos alheios, e o plagiário involuntário, cujas ideias coincidem com textos de outros. Fala-se até em intertextualidade. Na elaboração de um texto literário ou científico pode haver a absorção e transformação de uma multiplicidade de outros textos. Diz-se até, com alguma ironia, que quando se tira alguma coisa de um escritor é plágio, mas quando se tira de vários é pesquisa.
É possível a coincidência de ideias? É perfeitamente possível e talvez o caso mais eloquente seja o da teoria da evolução. Charles Darwin estava trabalhando num livro de fôlego sobre o assunto quando, em 1858, recebeu um manuscrito de Alfred Russell Wallace, um naturalista britânico que na época estava trabalhando nas Índias Ocidentais. O conteúdo era a essência de sua teoria. Nos pontos essenciais as ideias de Darwin e Wallace eram semelhantes. Trabalhando de modo independente, Wallace desenvolvera sua teoria e enviara um resumo para a avaliação do renomado cientista. Essa situação embaraçosa foi contornada por ambos com uma apresentação conjunta do manuscrito de Wallace e de um resumo do livro de Darwin perante uma comissão científica de alto nível. No terreno científico a apropriação de ideias é comum e já os discípulos de Newton acusaram Leibniz de ter plagiado trabalhos do mestre sobre a descoberta do cálculo. E até Newton foi acusado de plagiário.
Na literatura há uma verdadeira obsessão com a originalidade e muitos escritores sofrem de plagiofobia. Alguns têm horror à leitura, porque acreditam que uma mente livre de influências funciona melhor para o trabalho criativo. É uma regra bizarra: excesso de leitura mata a criatividade, enquanto uma mente vazia acaba encontrando inspiração. A preocupação é infundada porque algum tipo de influência é inevitável e mesmo desejável. Uma frase do escritor Jorge Luís Borges mostra que um texto literário pode representar uma malha intricada de influências: "sou todos os autores que li, todas as pessoas que conheci, todas as aventuras que vivi..."
Já os puristas veem plágio em cada canto da atividade cultural: "O plágio é a base de todas as literaturas, exceto da primeira, que é desconhecida" (Jean Giraudoux); "Adão tinha muita sorte; quando dizia alguma coisa interessante sabia que ninguém tinha dito antes" (Mark Twain). Já o artista Paul Cézanne era um radical: "Em arte, ou se é revolucionário ou plagiário." O talentoso poeta Dalmo Florence queimou todos os exemplares de seu único romance, com o argumento de que ao ler o livro depois de impresso teve a nítida sensação de ter plagiado Guimarães Rosa. Gente do ramo que leu a obra discorda do poeta. É preciso que muitos escritores exorcizem esses demônios explicativos!
A tradição de nossa crítica literária é bajulatória e já foi dito que ela só é implacável com os best-sellers estrangeiros. Mas, vez por outra, é aberta a temporada de caça às bruxas da literatura. Geralmente a vítima é sacrificada no altar da ideologia. São os patrulheiros, os intolerantes, os ressentidos, enfim os que não aceitam um modo alternativo de pensar.
Em matéria de crítica literária, por sorte, temos desde críticos biliosos e iconoclastas até a república das letras que privilegia os modismos culturais, as afinidades ideológicas e mesmo o puro e simples compadrio.
O direito de crítica deve ser exercido sem limites. Não devem existir vacas sagradas na literatura ou em qualquer ramo da criação e, sempre que um importante escritor for flagrado jogando água fora da bacia, deve ser criticado. Parece ser o caso do poeta Vinicius de Moraes, que termina o último terceto do seu poema "Soneto da Fidelidade" com os seguintes versos: "Eu possa me dizer do amor (que tive)/ Que não seja imortal, posto que é chama/ Mas que seja infinito enquanto dure." Um poema de Henri Régnier (poeta inferior ao nosso Vinicius), publicado por volta de 1916, diz: "L’amour est éternel... oui, tant qu’il dure..." Simples coincidência?
Foi dito que O crime do Padre Amaro, de Eça de Queiroz, é um plágio de La Faute de l’Abbé Mouret, de Zola. Tartarin de Tarascon seria a versão francesa de Dom Quixote. Alexandre Dumas, pai, transcreveu, como suas, páginas inteiras de Victor Hugo, de Goethe e de outros romancistas. Guy de Maupassant teria se inspirado em Gustave Flaubert para escrever Une Vie. Muitas denúncias de plágio praticamente por grandes escritores podem ser infundadas. Prefiro acreditar que, em muitos casos, tratam-se de coincidência, criptomnésia, intertextualidade ou influência involuntária.
Outro problema comum são os equívocos de paternidade nas citações. Muita gente acredita que a frase "navegar é preciso" é do poeta português Fernando Pessoa ou do político Ulysses Guimarães. Nada disso. A frase é do general romano Pompeu e está em Plutarco. Havia necessidade de embarcar trigo para Roma, que estava sem pão, mas uma tempestade amedrontou os marinheiros, que se recusavam a embarcar. Então, Pompeu gritou que navegar era preciso, viver não era preciso. A propósito de citações há o fenômeno do contraplágio, quando alguém atribui a outrem as suas próprias ideias. Dizia-se que o embaixador Roberto de Oliveira Campos – uma verdadeira metralhadora de citações – inventava provérbios chineses!
Para resgatar um pouco a imagem de uma espécie que anda desgastada, pode-se afirmar que o ser humano nunca é plágio. É um estranho ímpar, no dizer do poeta Carlos Drummond de Andrade. O ser humano é editado num único exemplar e não tem segunda edição. Como todo argumento embute um contra-argumento, Millôr Fernandes é de opinião que o homem nasce original e morre plágio. Mas os brasileiros não vivem atormentados com o fantasma do plágio e, como o nosso produto original é o samba, já está consagrado o princípio: "samba é como passarinho: é de quem pegar primeiro."
Wilson Luiz Sanvito, em Por trás das letras
9.3.04
Quentin Tarantino
Capitão Koons: -- Este relógio aqui foi adquirido pelo seu bisavô. Foi comprado numa lojinha em Knoxville, Tennessee, durante a Primeira Guerra Mundial. Foi comprado pelo soldado raso Erine Coolidge no dia em que ele partiu para Paris. Foi o relógio de guerra de seu bisavô, feito pela primeira fábrica de relógios de pulso que existiu. Porque, você sabe, naquela época as pessoas costumavam carregar relógio no bolso. Seu bisavô usou este relógio todos os dias enquanto esteve na guerra. Quando acabou de cumprir com o seu dever, voltou para casa, para sua bisavó, tirou o relógio do pulso e guardou numa velha lata de café. E ali ele ficou até que seu avô Dane Coolidge foi convocado por sua pátria para atravessar o mar e combater os alemães novamente. Desta vez era a Segunda Guerra Mundial. Seu bisavô deu para o seu avô para lhe dar sorte. Infelizmente, a sorte de Dane não foi igual à do pai. Seu avô era um fuzileiro naval e foi morto com todos os outros fuzileiros na batalha de Wake Island. Seu avô estava enfrentando a morte e sabia disso. Nenhum daqueles rapazes tinha a menor ilusão de sair daquela ilha vivo. Então, três dias antes de os japoneses tomarem a ilha, seu vovô de 22 anos pediu a um atirador do serviço de transporte da força aérea chamado Winocki, um homem que ele jamais viu antes na vida, para entregar ao filho, que ele por sua vez jamais conheceu em carne e osso, seu relógio de ouro. Três dias depois, seu avô foi morto. Mas Winocki cumpriu a promessa. Quando a guerra acabou, ele fez uma visita a sua avó e entregou a seu pai o relógio de ouro do pai dele. Este relógio. Este relógio estava no pulso do seu pai quando acertaram o avião dele sobre Hanói. Ele foi capturado e levado para um campo de prisioneiros vietnamita. Ele sabia que se os chinas vissem o relógio, o confiscariam. Para o seu pai o relógio era dele por direito de herança. E que ele fosse pro inferno se algum cabeça-de-bagre iria pôr suas mãos amarelas gosmentas no direito do seu filho. Então ele o escondeu num lugar onde sabia que podia esconder uma coisa bem escondida. No cu. Durante cinco longos anos ele escondeu este relógio no cu. Quando ele morreu de disenteria, me deu o relógio. Eu escondi esta desconfortável badalhoca de metal no meu cu durante dois anos. Aí, depois de sete anos, fui mandado de volta para minha família. E agora, rapazinho, eu dou o relógio para você.
Quentin Tarantino, no roteiro de Pulp Fiction.
8.3.04
Juó Bananère - As Pombigna
E como fizeram sucesso as paródias de Juó Bananère, mestre da sátira do início do séc. 20, aqui vai mais uma de outro poema famoso, "As Pombas", de Raimundo Correia:
As Pombas (de Raimundo Correia)
Vai-se a primeira pomba despertada...
Vai-se outra mais... mais outra... enfim dezenas
De pombas vão-se dos pombais, apenas
Raia sanguínea e fresca a madrugada...
E à tarde, quando a rígida nortada
Sopra, aos pombais, de novo, elas, serenas,
Ruflando as asas, sacudindo as penas,
Voltam todas em bando e em revoada...
Também dos corações onde abotoam,
Os sonhos, um por um, céleres voam,
Como voam as pombas dos pombais;
No azul da adolescência as asas soltam
Fogem... Mas aos pombais as pombas voltam,
E eles aos corações não voltam mais...
As Pombigna (de Juó Bananère)
P'ru aviadore chi pigó o tombo
Vai a primeira pombigna dispertada,
I maise otra vai disposa da primiera;
I otra maise, i maise otra, i assi dista maniera,
Vai s'imbora tutta pombarada.
Passano fora o dí i a tardi intera,
Catano as formiguigna ingoppa a strada;
Ma quano vê a notte indisgraziada,
Vorta tuttos in bandos, in filera.
Assi tambê o Cicero avua,
Sobi nu spaço, molto alê da lua,
Fica piqueno uguali d'un sabiá.
Ma tuttos dia avua, allegre, os pombo!...
Inveis chi o Muque, desdi aquilio tombo,
Nunga maise quiz avuá.
4.3.04
John Donne
A pulga
Repara nesta pulga e aprende bem
Quão pouco é o que me negas com desdém.
Ela sugou-me a mim e a ti depois,
Mesclando assim o sangue de nós dois.
E é certo que ninguém a isto aludo
Como pecado ou perda de virtude.
Mas ela goza sem ter cortejado
E incha de um sangue em dois revigorado:
É mais do que teríamos logrado.
Poupa três vidas nesta que é capaz
De nos fazer casados, quase ou mais.
A pulga somos nós e este é o teu
Leito de núpcias. Ela nos prendeu,
Queiras ou não, e os outros contra nós,
Nos muros vivos deste Breu, a sós.
E embora possas dar-me fim, não dês:
É suicídio e sacrilégio, três
Pecados em três mortes de uma vez.
Mas tinge de vermelho, indiferente,
A tua unha em sangue de inocente.
Que falta cometeu a pulga incauta
Salvo a mínima gota que te falta?
E te alegres de dizer que não sentes
Nem a ti nem a mim menos potentes.
Então, tua cautela é desmedida.
Tanta honra hei de tomar, se concedida,
Quanto a morte da pulga à tua vida.
A pulga
Repara nesta pulga e aprende bem
Quão pouco é o que me negas com desdém.
Ela sugou-me a mim e a ti depois,
Mesclando assim o sangue de nós dois.
E é certo que ninguém a isto aludo
Como pecado ou perda de virtude.
Mas ela goza sem ter cortejado
E incha de um sangue em dois revigorado:
É mais do que teríamos logrado.
Poupa três vidas nesta que é capaz
De nos fazer casados, quase ou mais.
A pulga somos nós e este é o teu
Leito de núpcias. Ela nos prendeu,
Queiras ou não, e os outros contra nós,
Nos muros vivos deste Breu, a sós.
E embora possas dar-me fim, não dês:
É suicídio e sacrilégio, três
Pecados em três mortes de uma vez.
Mas tinge de vermelho, indiferente,
A tua unha em sangue de inocente.
Que falta cometeu a pulga incauta
Salvo a mínima gota que te falta?
E te alegres de dizer que não sentes
Nem a ti nem a mim menos potentes.
Então, tua cautela é desmedida.
Tanta honra hei de tomar, se concedida,
Quanto a morte da pulga à tua vida.
3.3.04
Caldo Berde
-- A lágrima é um líquido quente que a gente expél plu glovo bisuale cando soluça.
-- U savão é uma suvstancia iscurregadia e ispumôsa que só serbe p'ra sujáre a iagua do vanho.
-- Cáim diz q'um kilo d'algodão é a mesma coisa q'um kilo de chumvo nunca biu Arithmetica ou sciencias adjacentes.
-- Cáim é rico é rico. Cáim é pobre que se dane.
-- A gente cando é, é.
-- É masmo uma pena u sol nascêre de dia! O dia, de si, já é tão claro!
-- O amôre é uma coisa que cando dá n'uma p'ssoa, ella fica logo vesta. E si a p'ssoa já é vesta antao nám se fala.
(Alguns pensamentos e ditados publicados em 1930 no livro de humor Caldo Berde, de Horácio Mendes Campos, o "Furnandes Albaralhão", ex-colaborador do famoso jornal de humor e sátira dos anos 1920 "A Manha", do Barão de Itararé.)
2.3.04
Juó Bananère - Os Meus Otto Anno
O chi sodades che io tegno
D'aquillo gustoso tempigno,
Ch'io stava o tempo intirigno
Brincando c'oas mulecada.
Che brutta insgugliambaçó,
Che troça, che bringadêra,
Imbaxo das bananêra,
Na sombra dus bambuzá.
Che sbornia, che pagodêra,
Che pandiga, che arrelía,
A genti sempre afazia
No largo d'Abaxo o Piques.
Passava os dia i as notte
Brincando di scondi-scondi,
I atrepáno nus bondi,
Bulino c'os conduttore.
Deitava sempre di notte,
I alivantava cidigno.
Uguali d'un passarigno,
Allegro i cuntento da vita.
Bibia un caffé ligêro,
Pigava a penna i o tintêro
Iva curréno p'ra scuóla.
Na scuóla io non ligava!
Nunga prestava tençó,
Né nunga sapia a liçó.
O professore, furioso,
C'oa vadiação ch'io faceva,
Mi dava discompostura;
Ma io era garadura
I non ligava p'ra elli.
Inveiz di afazê a liçó,
Passava a aula intirigna,
Fazéno i giogáno boligna
Ingoppa a gabeza dos ôtro.
O professore gridava,
Mi dava un puxó di oreglio,
I mi butava di gioeglio
Inzima d'un grão di milio.
Di tardi xigava in gaza,
Comia come un danato,
Puxava u rabbo du gatto,
Giudiava du gaxorigno,
Bulia co'a guzignêra,
Brigava c'oa migna ermá:
I migna mái p'ra cabá,
Mi dava una brutta sova.
Na rua, na vizinhança,
Io era mesmo un castigo!
Ninguê puteva commigo!
Bulia con chi passava,
Quibrava tuttas vidraça,
I giunto co Bascualino
Rubava nus botteghino,
A aranxia pera du Rio.
Vivia amuntado nus muro,
Trepado nas larangiêra;
I sempre ista bringadéra
Cabava n'un brutto tombo.
Mas io éra incorrigive,
I logo nu otro dia,
Ricominciava a relia,
Gaía traveiz di novo!
A migna gaza vivia
Xiigna di genti, assim!!...
Che iva dá parti di mim.
Sembrava c'un gabinetto
Di quexa i regramaçó.
Meu páio, pobre goitado,
Vivia atrapagliado
P'ra si livrá dos quexozo.
I assi di relia in relia,
Passê tutta infança migna,
A migna infança intirigna.
Che tempo maise gotuba,
Che brutta insgugliambaçó,
Che troça, che bringadêra,
Imbaxo das bananêra,
Na sombra dus bambuzá!
Juó Bananère, em paródia ao poema "Meus Oito Anos", de Casimiro de Abreu.
business as usual
Os industriais queriam artigos diários que pressionassem o governo. Hesse explicou-lhes, paciente, que semanalmente era melhor: "Os motivos são psicológicos e técnicos. Sai um numa semana. É comentado, discutido. A ausência, nos dias seguintes, saliva o apetite dos que nos apóiam, aumenta o debate e a platéia do próximo. O governo ganha tempo, porém fica inquieto, à espera de novos argumentos. Prefere não responder antes que tudo venha à luz, o que é, falando nisso, a única tática certa, do lado dele. Se soltarmos a bola de uma vez, acabaremos nos repetindo, cansando nosso público e diluindo o incentivo à divulgação de boca, e avançando demais terminaremos expondo algum flanco a um contra-ataque de Brasília, que, afinal, dispõe de um grupo culto de economistas. O negócio é mantê-los na ansiedade, na defensiva, tontos. (...) se o jornal ficasse todo dia no assunto (...) perderíamos acesso a nossos amigos nos ministérios (...) o que não nos interessa ou às classes produtoras, pois nosso objetivo é persuadir e não irritar. (...) A nossa estratégia, acreditem, é a correta."
Paulo Francis, em Cabeça de Papel.
Os industriais queriam artigos diários que pressionassem o governo. Hesse explicou-lhes, paciente, que semanalmente era melhor: "Os motivos são psicológicos e técnicos. Sai um numa semana. É comentado, discutido. A ausência, nos dias seguintes, saliva o apetite dos que nos apóiam, aumenta o debate e a platéia do próximo. O governo ganha tempo, porém fica inquieto, à espera de novos argumentos. Prefere não responder antes que tudo venha à luz, o que é, falando nisso, a única tática certa, do lado dele. Se soltarmos a bola de uma vez, acabaremos nos repetindo, cansando nosso público e diluindo o incentivo à divulgação de boca, e avançando demais terminaremos expondo algum flanco a um contra-ataque de Brasília, que, afinal, dispõe de um grupo culto de economistas. O negócio é mantê-los na ansiedade, na defensiva, tontos. (...) se o jornal ficasse todo dia no assunto (...) perderíamos acesso a nossos amigos nos ministérios (...) o que não nos interessa ou às classes produtoras, pois nosso objetivo é persuadir e não irritar. (...) A nossa estratégia, acreditem, é a correta."
Paulo Francis, em Cabeça de Papel.
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