22.11.10

Oscar Wilde



As mulheres americanas são brilhantes, inteligentes, assombrosamente cosmopolitas. Seu patriotismo se resume em admirar o Niágara e ter saudade do trem elevado. E diferentemente dos homens, não nos oferecem a lata com Bunkershill.

Adquirem seus vestidos em Paris e suas maneiras em Picadilly, e exibem uns e outros de modo encantador. Possuem um singular atrevimento, uma presunção deliciosa e uma independência espontânea.

Fazem questão de ser elogiadas e conseguiram quase tornar eloquente o inglês. Sentem fervorosa admiração pela nossa aristocracia, adoram os títulos e são uma contradição perpétua aos princípios republicanos.

São hábeis na arte de divertir os homens. São-no por natureza e educação. Sabem realmente contar uma história sem esquecer o traço mordaz, perfeição extraordinariamente rara nas mulheres de outras nações.

É verdade que carecem de tranquilidade e que o tom de suas vozes é algo brusco e estridente, quando desembarcam em Liverpool; mas com o tempo chega a gente a gostar desses lindos ciclones de saias, que passam tão estouvadas pela sociedade e que causam tanta agitação às duquesas com suas filhas.

Há algo de fascinante em seus gestos graciosos, exagerados, em sua maneira petulante de inclinar a cabeça. Seus olhos nada têm de mágico ou misterioso, mas nos desafiam à luta e, quando nos lançamos a ela, saímos sempre maltratados. Seus lábios parecem feitos para rir e, não obstante, não gesticulam nunca.[...]

Apesar de semelhante família, a moça americana é sempre bem acolhida. Anima nossos lúgubres jantares e faz com que a vida transcorra gratamente durante a temporada.

Na carreira aos títulos de nobreza, ganha com frequência o prêmio; mas uma vez alcançada a vitória, é generosa e perdoa tudo às suas rivais inglesas, até mesmo sua beleza.

O exemplo de sua mãe adverte-a de que as mulheres americanas não têm graça no envelhecer. E esforça-se em não envelhecer absolutamente e, quase sempre, o consegue.

Seus pés e suas mãos são delicados; anda sempre bem calçada e com lindas luvas; sabe falar com brilho sobre qualquer assunto, mesmo não entendendo uma palavra dele.

Seu senso de humor preserva-a da tragédia de uma "grande paixão"; e como não há em seu amor nem novelismo nem humildade, torna-se uma excelente esposa.



Oscar Wilde, em "A Invasão Americana", Court and Society Review, 23.03.1887.


19.11.10

Alphonsus de Guimaraens




A CABEÇA DE CORVO


Na mesa, quando em meio à noite lenta

Escrevo antes que o sono me adormeça,

Tenho o negro tinteiro que a cabeça

De um corvo representa.



A contemplá-lo mudamente fico

E numa dor atroz mais me concentro:

E entreabrindo-lhe o grande e fino bico,

Meto-lhe a pena pela goela a dentro.



E solitariamente, pouco a pouco,

Do bojo tiro a pena, rasa em tinta...

E a minha mão, que treme toda, pinta

Versos próprios de um louco.



E o aberto olhar vidrado da funesta

Ave que representa o meu tinteiro,

Vai-me seguindo a mão, que corre lesta.

Toda a tremer pelo papel inteiro.



Dizem-me todos que atirar eu devo

Trevas em fora este agoirento corvo,

Pois dele sangra o desespero torvo

Destes versos que escrevo.


11.11.10

Martín Adán



Poemas underwood

Prosa dura y magnífica de las calles de la ciudad sin inquietudes estéticas.
Por ellas se va con la policía a la felicidad.
La poesía gafa de las ventanas es un secreto de costureras.
No hay más alegría que la de ser un hombre bien vestido.
Tu corazón es una bocina prohibida por las ordenanzas de tráfico.
Las casas rumian sus paces de buey.
Si dejaras saber que eres un poeta, irías a la comisaría.
Límpiate de entusiasmos los ojos.
Los automóviles te soban las caderas, volviendo la cabeza. Cree tú que son mujeres viciosas. Así tendrás tu aventura y tu sonrisa para después de la cena.
Los hombres que tropiezas tienen la carne encallecida de oficina.
El amor está en cualquier parte, pero en ninguna está de otro modo.
Pasan obreros con los ojos resentidos con la tarde, con la ciudad y con los hombres.
¿Por qué había de fusilarte la Checa? Tú no has acaparado sino tu alma.
La ciudad lame la noche como una gata famélica.
Y tú eres un hombre feliz, quizá el único hombre feliz.
Tienes camisa y no tienes grandes pensamientos de ninguna clase.
Ahora siento cólera contra los acusadores y los consoladores.
Spengler es un tío asmático, y Pirandello es un viejo estúpido, casi un personaje suyo.
Pero no he de enfurecerme por pequeñeces.
Mil cosas han hecho los hombres peores que sus culturas: Las novelas de Víctor Hugo, la democracia, la instrucción primaria, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera.
Pero los hombres se empeñan en amarse los unos a los otros.
Y, como no lo consiguen, acaban por odiarse.
Porque no quieren creer que todo es irremediable.
La polis griega sospecho que fue un lupanar al que había que ir con revólver.
Y los griegos, a pesar de su cultura, fueron hombres felices.
Yo no he pecado mucho, pero ya sé de estas cosas.
Bertoldo diría estas cosas mejor, pero Bertoldo no las diría nunca. El no se mete en honduras -y está viejo, quiere paz y hasta apoya a los moderados.
El mundo no está precisamente loco, pero sí demasiado decente. No hay manera de hacerle hablar cuando está borracho. Cuando no lo está abomina de la borrachera o ama a su prójimo.
Pero yo no sé sinceramente qué es el mundo ni qué son los hombres.
Sólo sé que debo ser justo y honrado y amar a mi prójimo.
Y amo a los mil hombres que hay en mí, que nacen y mueren a cada instante y no viven nada.
He aquí mis prójimos.
La justicia es unas estatuas feas en las plazas de las ciudades.
Ninguna de ellas me gusta ni poco ni mucho -no son diosas ni mujeres.
Yo amo la justicia de las mujeres sin túnica y sin divinidad.
En punto a honradez, no soy de los peores.
Como mi pan a solas, sin dar envidia a mi prójimo.
Nací en una ciudad, y no sé ver el campo.
Me he ahorrado el pecado de desear que fuera mío.
En cambio deseo el cielo.
Casi soy un hombre virtuoso, casi un místico.
Me gustan los colores del cielo porque es seguro que no son tintes alemanes.
Me gusta andar por las calles algo perro, algo máquina, casi nada hombre.
No estoy muy convencido de mi humanidad; no quiero ser como los otros. No quiero ser feliz con permiso de la policía.
Ahora en las calles hay un poco de sol.
No sé quién se lo ha llevado, qué mal hombre, dejando manchas en el suelo como un animal degollado.
Pasa un perrito cojo -he aquí la única compasión, la única caridad, el único amor de que soy capaz.
Los perros no tienen Lenin, y esto les garantiza una vida humana pero verdadera.
Andar por las calles como los hombres de Pío Baroja -(todos un poco perros)-.
Mascar huesos como los poetas de Murger, pero con serenidad.
Pero los hombres tienen posvida.
Por eso dedican su vida al amor del prójimo.
El dinero lo hacen para matar el tiempo inútil, el tiempo vacío...
Diógenes es un mito -la humanización del perro.
El anhelo que tienen los grandes hombres de ser completamente perros. Los pequeños hombres quieren ser completamente grandes hombres, millonarios, a veces dioses.
Pero estas cosas deben decirse en voz baja -siento miedo de oírme a mí mismo.
Yo no soy un gran hombre -yo soy un hombre cualquiera que ensaya las grandes felicidades.
Pero la felicidad no basta a ser feliz.
El mundo está demasiado feo, y no hay manera de embellecerlo.
Sólo puedo imaginarlo como una ciudad de burdeles y fábricas bajo un aletazo de banderas rojas.
Yo me siento las manos delicadas.
¿Qué soy, qué quiero? Soy un hombre y no quiero nada.
O, tal vez, ser un hombre como los toros o como los otros.
Tú no tienes las orejas demasiadas grandes.
Yo quiero ser feliz de una manera pequeña. Con dulzura, con esperanza, con insatisfacción, con limitación, con tiempo, con perfección.
Ahora puedo embarcarme en un trasatlántico. E ir pescando durante la travesía aventuras como peces.
Pero ¿a donde iría yo?.
El mundo me es insuficiente.
Es demasiado grande, y no pudo desmenuzarlo en pequeñas satisfacciones como yo quiero.
La muerte es sólo un pensamiento, nada más, nada más...
Y yo quiero que sea un largo deleite con su fin, con su calidad.
El puerto, lleno de niebla, está demasiado romántico.
Citeres es un balneario norteamericano.
Las yanquis tienen la carne demasiado fresca, casi fría, casi muerta.
El panorama cambia como una película desde todas las esquinas.
El beso final ya suena en la sombra de la sala llena de candelas de cigarrillos. Pero está no es la escena final. Pero ello es por lo que el beso suena.
Nada me basta, ni siquiera la muerte; quiero medida, perfección, satisfacción, deleite.
¿Cómo he venido a parar en este cinema perdido y humoso?.
La tarde ya se habrá acabado en la ciudad. Y yo todavía me siento la tarde.
Ahora recuerdo perfectamente mis años inocentes. Y todos los malos pensamientos se me borran del alma. Me siento un hombre que no ha pecado nunca.
Estoy sin pasado, con un futuro excesivo.
A casa...

-

9.11.10

Virginia Woolf, simpatizante da eugenia







9 de janeiro de 1915

Encontramo-nos no caminho do canal & tivemos de passar por uma fila enorme de imbecis. O primeiro era um rapaz muito alto, esquisito demais para merecer uma segunda olhada, mas só; o segundo arrastava os pés & olhava de lado; & então percebemos que todos naquela fila eram criaturas idiotas, miseráveis, incapazes e capengas, sem testa nem queixo & com um sorriso imbecil, ou um olhar furioso de desconfiança. Era absolutamente horrível. Eles certamente deviam ser mortos.


Virginia Woolf, em The Diary of Virginia Woolf, vol. I, 1915-1919, Londres, 1979. A autora menciona um encontro na rua com o amigo e economista John Maynard Keynes, onde ambos puderam ver de perto as mazelas da miséria, muitas vezes confundida com deficiência mental e física. Woolf, Keynes, George Bernard Shaw e Winston Churchill chegaram a ser simpatizantes da eugenia, movimento de higiene racial com força social e intelectual no início do século 20. Ninguém é perfeito.

-

4.11.10



The unending gift


Um pintor prometeu-nos um quadro.
Agora, em New England, sei que morreu. Senti, como outras
vezes, a tristeza de compreender que somos como um
sonho. Pensei no homem e no quadro perdidos.
(Só os deuses podem prometer, porque são imortais.)
Pensei em um lugar prefixado que a tela não ocupará.
Pensei depois: se estivesse aí, seria com o tempo uma coisa
mais, uma coisa, uma das vaidades ou hábitos da casa;
agora é ilimitada, incessante, capaz de qualquer forma
e qualquer cor e a ninguém vinculada.
Existe de algum modo. Viverá e crescerá como uma música e
estará comigo até o fim. Obrigado, Jorge Larco.
(Também os homens podem prometer, porque na promessa há
algo imortal.)


Jorge Luis Borges, em Elogio da sombra, 1969.
-