19.3.15

2 poemas de Luis Lorente




Migraciones (fragmento)

Dame un cuchillo, dame un cuchillo ciego
y niquelado que yo pueda empuñar por su hoja
ardiente aunque sus cortaduras lo conviertan todo
en palabras llenas de interminables desacuerdos;
pero dame un cuchillo penetrante, uno de esos cuchillos
resistibles a estos inconvenientes que los años dejan
cuando corre el viento.

Déjame otro cuchillo, déjalo aquí ceñido a mi cintura
para con él mañana abrir la noche y sus papeles ilegibles;
un cuchillo oponente y peligroso, que provoque
las heridas profundas, el desvío de la sangre
la oquedad, la caverna y más tarde mi muerte
aplastado en la arena.

Dame un cuchillo transgresor, sin dueño, culpable
de sus actos y los míos, solamente un cuchillo
para las manos afectadas por el miedo.
Colócalo debajo de la almohada donde nadie recuerde
que yo tengo un cuchillo cuneiforme que degüella,
e impone su aptitud beligerante.


Te veo venir trayéndome el cuchillo, el arma blanca,
mi coraza vieja envuelta en tu vestido de retazos
y delicadamente me lo entregas: toma el cuchillo
manéjalo con la misma destreza de tu padre.

Dame el cuchillo de inmediato, lo quiero ver
brillar sobre la mesa alumbrando mi casa
cuando el sol se detenga sobre su hoja ardiente.

Dámelo con su punta electrizante, demasiado afilada,
que corte hasta las alas de los ángeles
y esas gotas de lluvia que se quedan colgadas
en las hojas de las rosas de mármol.

Dame un cuchillo con vocación, flemático,
que sobreviva el paso de los años
el tránsito invariable de los vientos.

Y se hunda, cada vez más se hunda
con desesperación cuando vaya cortando
el nudo como un triángulo de soga
que se desliza sucia, que corre
y se desliza amenazante.




La mujer del cuadro 

¿Es húngara o francesa 
la familiar mujer del cuadro de la sala? 
Con abriles y almendras en los ojos 
parece ella advertir que es prisionera 
de cierta soledad donde perdió el color 
mirando parroquiales, balcones y verjas sobre verjas. 
Detrás de alguna estrella fue halagada. 
Alguien muy principal le cortó flores 
y la llevó a dormir entre ventanas 
por donde entraban tenues las magnolias, 
y la luna de lejos, apenas era luna. 
No ha subido Santiago. 
Ni siquiera sospecha a qué huele La Habana. 
Anda en un fondo rojo de lamentos 
cada vez más lejana, la mejorable, 
la familiar mujer del cuadro de la sala.